miércoles, 17 de marzo de 2010

EL TEMBLOR


Muy solos, en el fin del mundo
Por: Alberto Fuguet *
Fuente: The New York Times

En Santiago nos sentimos al mismo tiempo afortunados y culpables por el hecho de que sufrimos un terremoto de 8,0 en lugar de uno de 8,8, como pasó en Maule y Bío-Bío, al sur.

De todas maneras, la mayor parte de la gente ahora siempre tiene a la vista un vaso de agua a modo de sismógrafo improvisado para determinar si los temblores que sigue sintiendo son reales o imaginarios.

Estamos destrozados como las ventanas y los espejos que se desplomaron cuando la falla de casi 500 kilómetros se abrió en medio de una noche de verano. La gente tiembla, vive en una nube de nerviosismo, tristeza, alborozo, rumores y una tremenda necesidad de conectarse unos con otros y sentir que el terremoto terminó.

No es así. No todo el país está deprimido. Hubo amigos que el domingo se reunieron en edificios agrietados y sin luz para almorzar con un chardonnay no muy frío e intercambiar historias del frente. Hubo gente que hizo cola ante la franquicia local de panchos mientras leía ediciones agotadas de todos los diarios del país. Durante veinte años, desde que en este lejano país somos "modernos", nos sentimos parte del mundo. Ahora, sobre todo en lugares como Constitución, que devastó el tsunami, todos nuestros presuntos progresos parecen en peligro. El terremoto llegó a Chile en medio de una transición presidencial y al inicio de nuestra celebración del bicentenario. Y ahora, escuchamos cosas que nos recuerdan los días sombríos del general Augusto Pinochet, palabras como "los desaparecidos", "toque de queda", y "estado de emergencia". Lo peor del recuerdo, dicen muchos, no es el terremoto en sí, sino la angustia que nos embargó inmediatamente después, cuando los teléfonos celulares se apagaron y no pudimos comunicarnos con nuestros seres queridos. Durante dos o tres horas de la mañana del sábado, todos los chilenos estuvimos muy solos. Sentimos que estábamos en el fin del mundo. En cierto sentido, es verdad.

Quererte


Me he preguntado un montón de veces que me hace quererte
creo que mi conclusión definitiva es que te quiero,
te quiero como sé querer, como me enseñó la vida,
como se debe querer, aunque a veces no quiera más,
aunque a veces el gris nuble mi vista,
y sólo quiera marchar.

Me pregunto que me hace quererte,
Quererte aunque hayan días nublados
y aprender que esos días pueden ser tan lindos como los de radiante sol
que aquellos días llenen de querer el cielo y el corazón,
de ese querer puro y confiable, sincero y responsable.

Ese querer que me das y me haces darte,
simplemente te quiero